Hace unos (bastantes) años atrás, a principios de año. Había estado yendo a entrevistas…
Haciendo el circuito, tratando de encontrar nuevas posibilidades, futuros alternos. Encontré algo que me pareció muy curioso. Estuve desempleado por primera vez en mi vida ese año. Y durante los meses de julio, agosto y septiembre, solamente me llamaron para cuatro entrevistas. Pero ahora, ahora siendo enero, ya había tenido casi una docena de entrevistas en menos de tres semanas.
Lo que sucede, me explicó un headhunter, es lo siguiente: Mientras en agosto las compañías están velando los gastos y asegurándose de no pasarse del presupuesto asignado. En enero las compañías empiezan con el presupuesto anual nuevo, y el cielo, como dicen algunos, es el límite.
Por eso ahora, me llovían las llamadas para entrevista. Y yo, por supuesto, las aprovechaba todas. No porque estuviese descontento con mi empleo actual (aunque si no mal recuerdo estaba un poco desilusionao). Sino más bien porque tenía curiosidad de saber si me era posible obtener una mejor oportunidad. Mi problema es, que no tengo idea clara de lo que valgo. No como programador, pues estoy seguro de que solo soy un programador promedio. Sino más bien, mi valor como empleado, pues creo (actually, estoy seguro) de que soy un excelente recurso. Y eso tiene que valer algo.
Por un lado, la búsqueda de oportunidades fue muy buena. Me acostumbré al ritmo de pregunta-contestación, pregunta-contestación de la mayoría de las entrevistas. También, me hicieron par de pruebas en las cuales salí bien y aumentaron mi confianza. Tanto así, que perdí el miedo de preguntar y presionar para que me dijeran cuanto paga, cuanto realmente paga tal o cual puesto; y si finalmente me iban a ofrecer la misma cantidad.
Por otro lado, el haber perdido el miedo de presionar al entrevistador es una navaja de doble filo. Uno me dijo que yo era demasiado ambicioso (WTF? Me? Little ol’ Mister Humble, me?). Uno me dijo sin miramientos que me faltaba experiencia (pero era una plaza gerencial, so no me ofendió mucho).
Pero lo peor que me pasó fue una que me dijo:
«Los otros candidatos están más comprometidos que tú.»
Yo, bruto al fin, malentendí. Pensé que estaba hablando de compromiso y no de vicisitud. Y como no puedo ni remotamente imaginar que haya alguien con mas compromiso que yo (Yes, sometimes I’m a dick) se me escapó un: «Cómo?»
A lo que la entrevistadora respondió:
«Uno de los otros candidatos terminó una maestría y está trabajando en una cafetería donde le pagan una porquería. Mucho, muchísimo menos de lo que tú ganas ahora mismo. La otra… La otra lleva sin trabajo once meses…»
Confieso que eso me dio pausa. Y supongo que hasta la cara de confianza que llevaba se me desmoronó. Pero el entrevistador continuó…
«Pero, no te preocupes, porque tú eres mucho mejor que ambos candidatos. Y eres tú a quien voy a recomendar. Pero… Cuando vengas a la entrevista final no estaría mal que fueras un poco más humilde…»
El hecho de que la reclutadora me dijera que pasaría a la entrevista final no lo pude registrar. Mucho menos el juicio que había pasado sobre mi persona.
Mi cerebro… Se resbaló en la tangente…
Me había puesto a pensar en quien sería aquella muchacha, o tal vez era una doña, que llevaba once meses sin trabajo. Como habría podido subsistir once meses sin trabajar, cuando los cuatro meses que yo estuve sin trabajar ese mismo año atrás me parecieron imposibles de sobrevivir.
No importa el hecho que la reclutadora probablemente estaba exagerando por querer darme una lección. No importa que por más que yo quiera no me es posible escoger la competencia a la hora de buscar empleo. Por más raciocinio que le busqué… me sentí como un cabrón.
Sentí que solo soy otro hijo de puta más que camina sobre la tierra…