En el barrio había una barbería de esas de viejos. Adonde mi papá me llevaba para que me hicieran matariles en el pelo cuando chiquito. Pero ya después de par de años mi pai me daba 5 pesos y me decía vete a recortar que estás pelú.
So, yo a los nueve diez años iba solito al barbero. Le decía el corte que quería («Bien pegao a los laos, y el resto regular.») y regresaba a casa. Eran otros tiempos. Si yo tuviera un nene de 10 años no lo dejaba ir solo ni al final de la calle.
Barbería de viejos al fin, siempre había alguien hablando mierda. Y si no hablaba mierda mas nadie, el barbero se encargaba de repartirla sin compasión. Excepto para pedir el recorte, yo nunca hablaba. Siempre he sido super duper tímido. En serio.
Un día estaba esperando por el recorte y me fijo que el tipo que el barbero estaba recortando era un señor flaco, trigueño, poquitas canas. Pero gritón. De esa gente que sube la voz para acaparar la atención de la gente donde estén.
El flaco estaba diciendo que durante su servicio militar en Vietnam estuvo a punto, muchas veces, de perder la vida. Pero que lo más difícil había sido haberse tenido que tirar en paracaídas en el medio de la noche sin equipo. Y es que según contaba el señor flaco en una de sus misiones hubo un problema a tirarse del avión. Y se enganchó la cuerda del paracaídas en la cuerda del avión. Y se quedó pegao dándose cantazos contra el fuselaje del avión. Hasta que, heroicamente, pudo sacar su cuchilla de la funda. Y a duras penas y con gran esfuerzo fue picando los amarres del equipo. Hasta que pudo por fin cortar la cuerda que lo amarraba al avión. Y así poder abrir el paracaídas y aterrizar a salvo en la jungla de Vietnam… PERO… sin equipo, y en medio de la línea del enemigo…
Yo, callado, lo miraba fijamente. También el barbero mientras lo recortaba.
Terminó el barbero de recortar al tipo. Y mientras el flaco sacaba los billetes para pagar ya el barbero le había dao tres coletazos a la silla y me había hecho señas para que me sentara.
Yo me quedé mirando al flaco salir de la barbería, y el barbero me dijo, «Que clase de cuento acaba de hacer ese, verdá!?»
Pero por poco se muere de la risa el barbero, porque yo, bien tímido y bien bajito le dije dos palabras:
«Rambo dos…»