Ayer visité uno de los restaurantes chinos de mi predilección. El de la chinita nalgona… (Pérate, yo llegue a hacer el cuento de la chinita nalgona? No recuerdo ahora. Pichéen!)
Ahem, pues fui a los chinos luego de salir del trabajo. La chinita ya me conoce así que me saluda calurosamente en un español boricua mezclado con las tonales del lenguaje de su patria. Y ayudándola con la barrera del lenguaje tenía a la cajera de turno…
La cajera, pues, era una chulería de cajera, trigueñita, jovencita, bien bonita, *thick*.
Anyway…
Engolé voz… Y ordené un spicy crab roll, dos egg rolls, una Diet Coke, y un Tres Leches de postre. La cajera acomodó el spicy crab roll y los egg rolls en una bolsa de papel, y en otra bolsa de papel puso la Diet Coke y el Tres Leches. Y a cada bolsa le hizo unos dobleces de lo más aquel y hasta le puso un cantito de tape transparente a cada una de las bolsas para que no se abrieran.
Supongo que lo hacen con todas las órdenes para llevar; pero el detalle de los dobleces me hizo pensar que tanto esmero se reflejaría también en la comida dentro de la bolsa. O todo lo contrario. De todas maneras me convenció de no verificar lo que me sirvieron. Shame on me.
Llegué a casa. Abrí la primera bolsa. Me comí un egg roll. Abrí la segunda bolsa. Saqué la Diet Coke. Saqué el sushi; me lo comí con palitos. Me comí el segundo egg roll. Me tomé la Diet Coke…
Todo estaba rico, más rico de lo usual. En serio.
Pero…
Cuando busqué el Tres Leches…
La cajera… BLESS HER HEART! Me echó dos cucharas en la bolsa. DOS CUCHARAS!
O sea, ¿Cuán inocente hay que ser, para pensar que un gordito como yo se va a comer toda esa comida pero va a compartir el postre?
Siento que la adoro; y le deseo lo mejor.