Atlético…

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rachaelvoorhees, CC-BY 2.0

Nunca he sido atlético. Siempre he sido gordito.

Hace poco hice el cuento de Lagartijo y de cuando comencé la escuela intermedia. Ahora les hago el cuento de Antonio y de cuando comencé la escuela elemental, años antes.

Pero antes de contarles debo hacer ciertas anotaciones:

Primero, algunos de ustedes ya lo saben, pero lo repito. Aunque escriba en primera persona y mis cuentos pareciera que son autobiográficos, la realidad es que no todo lo que escribo es cierto. Ya sea que escriba un cuento o una pesadilla siempre le añado algo de ficción, de mentira, de hipérbole. El porciento de ficción varía y aunque muchas veces es mínimo, nunca es cero. En este caso, el pedazo de ficción que añado es el nombre. Y es que quiero hacer, como dicen en las películas, cambiar los nombres para proteger a los inocentes. Yo no sé si Antonio se acuerda del evento. Y no quisiera que, por mi culpa, lo recuerde si es que lo ha olvidado.

Segundo, he comenzado a escribir este cuento de Antonio varias veces a través de los años. Pero nunca quedo satisfecho con el resultado. Y es que aunque escriba la más vil mentira, la mas detallada ficción, o la mas increíble hipérbole… Cada cuento tiene que contener una oración que refleje la verdad. Y en el caso de lo que le pasó a Antonio se me hace difícil aceptar mi parte.

Tercero, quiero decir que nunca pienso en mi como «gordo», siempre soy «gordito». Gordito porque es más fácil aceptar ciertas cosas… las limitaciones mentales, las fallas personales, los complejos físicos cuando los minimizo en el lenguaje. Para nada soy mi propio amigo, me trato mal de muchas maneras, abuso de mi cuerpo, de mi mente, y de mi espíritu constantemente. Pero nunca, nunca, nunca, me digo a mí mismo «gordo». Quien lea esto puede decirme «gordo» si le satisface, y tendrá razón demás para hacerlo. Pero mientras no me lo diga yo, y nunca lo haré, será un realidad pero distante. Sin importancia casi.

Nunca he sido atlético. Siempre he sido gordito.

Anyways… En primer grado tenía un amigo que se llamaba Antonio. Digo tenía, no porqué esté muerto… (Espero que no esté muerto!) … sino porque la amistad no duró más allá de la escuela elemental. Por razones que pronto serán obvias. Antonio, no solo concordaba conmigo en edad. Sino que también era gordito. También (asumo) era poco atlético. También tenía el cabello obscuro. También era mas alto que la mayoría de los otros niños del salón de clase. Y para terminar de joder, su nombre y el mio comenzaban con las mismas letras.

Cuando yo era nene, en el pueblo de Toa Baja la escuela elemental y la escuela intermedia estaban una al lado de la otra. Con una división entremedio de ambas escuelas que era un muro de cemento como de dos o tres pies de alto y una verja de cyclone fence empotrada encima del muro. Realmente era la idea de una división, la verja estaba rota en partes lo cual muchos estudiantes (y algunos maestros!) aprovechaban para cruzar de un lao a otro. Realmente era la mera idea de una división porque la parte de atrás de ambas escuelas discurría a lo que se había convertido en un solo patio. En algún momento, me imagino, ambas escuelas habían tenido patios separados pero por alguna razón ahora eran contiguos, sin división. El patio era bastante grande. Con espacio para una cancha de baloncesto, un cuadrado para jugar balonmano, y aun sobraba un montón de espacio.

So, estaba la escuela elemental y la escuela intermedia una al lado de la otra, y detrás de ambas ese patio grande. Donde todos los estudiantes de ambas escuelas jugaban.

Pero que pasa que detrás de la escuela elemental entre medio de la escuela y el patio había una zanja. La zanja cruzaba el patio de un lado a otro. El pueblo de Toa Baja, ubicado en un llano, se inunda fácilmente. La zanja protegía en algo no solo los salones de la elemental, y de la intermedia, sino también a los vecinos cuyos patios colindaban con la parte de aun más atrás del patio de la escuela.

La zanja no era grande, pero tampoco era poca cosa. Medios tubos de hormigón cubrían la zanja a todo lo largo del patio escolar hasta que se perdía entre el cañaveral. Aquí y allá había pequeños puentes de cemento para que los niños pequeños pudiesen cruzar. En tiempo seco algunos estudiantes usaban la zanja para esconderse. O para jugar. Pero mas que nada para tirar basura. Ahora que lo escribo, me doy cuenta que quien haya colocado los tubos de hormigón para ayudar con el desagüe también los cortó por la mitad para poder cubrir mas zanja con menos tubos. Además, me imagino, que así no había que pasar el trabajo adicional de hacer más profunda la zanja de manera tal de que pudiese enterrar los tubos enteros.

Algunos de los niños de primer grado venían corriendo a velocidad y brincaban de un lado a otro de la zanja para llegar al patio propiamente. Yo no, porque, nunca fui atlético. Yo cruzaba por alguno de los puentecitos de cemento. O brincaba del borde de la zanja a la parte de abajo y luego trepaba al otro borde. En el lado opuesto a la zanja, algunos de los vecinos cuyos patios colindaban con el patio de la escuela, vecinos industriosos, habían puesto tienditas donde vendían aisi, tostadas, dulces, chicles, y chucherías. Siempre fui gordito.

Algún día había ido a la tiendita con Antonio, me imagino que compramos chucherías y luego perdimos el tiempo del recreo correteando por el patio y hablando de los pocos temas que puedan tener niños gorditos de primer grado. De regreso de la hora de recreo vimos que alguien había puesto un tablón viejo que cruzaba la zanja a manera de puente. Pero con bloques de cemento debajo del tablón, de manera tal que se mecía sobre los bloques casi como un sube y baja.

Casi instantáneamente a Antonio se le ocurrió la maravillosa idea de usar el tablón precisamente como un sube y baja pero parado en uno de los filos de este. Excitado, me pedía que brincara en el otro lado a ver si salía disparado hacia el aire. Asumo que quería emular infinidad de caricaturas que presentaban tal evento. Pero sin pensar en el desenlace que solía ocurrir en tales muñequitos.

Nunca he sido atlético porque soy gordito. Y es algo que he sabido reconocer desde chiquito.

Inicialmente pisé el tablón pero al ver la precariedad del tambaleo le dije a Antonio simple y llanamente que no. Y seguí caminando. Antonio, desesperado, me pidió que no me fuera que brincara sobre el tablón. «Brinca, Aníbal, brinca», pero ya yo me había bajado del tablón y le había dado la espalda, dirigiéndome al salón de clase. No había dado diez pasos que escucho un grito, dos, y tres. Me volteo.

Antonio viene caminando, no exactamente hacia mí, ni hacia ningún lugar en particular. Parecía que se había quedado ciego. Su cara roja. El frente de su camisa escolar roja. De su frente brotaba una cascada de sangre que le había cubierto toda la cara. La camisa escolar se había manchado de sangre casi completamente por delante. Los estudiantes empezaron a gritar. Algún maestro llegó a socorrerlo.

Han pasao cuarenta años pero la imagen de Antonio ensangrentado aun me acecha algunas noches antes de conciliar el sueño.

Asumo que Antonio se resbaló del tablón y se cayó al fondo de la zanja.

O peor aún partió la madera y el resto del tablón quedó libre para darle en la cara, y alguno de los clavos mohosos incrustados en el tablón le partió la frente.

Ahora les diré la parte que me hace tan difícil contar la historia.

Cuando vi a Antonio con la cara llena de sangre, la camisa llena de sangre. No lo ayudé. No sé si es que estaba más preocupado por llegar a tiempo al salón que por ayudar a Antonio. No sé si es que estaba receloso de que me regañaran por lo que le pasó a Antonio. Pero simplemente seguí caminando de nuevo hacia el salón. Esa es la parte que se me hace difícil conciliar conmigo mismo. Como fue que no fui a socorrer a Antonio!? Ciertamente ese no es el tipo de actitud que aspiro a tener. Eso no fue lo que mi mamá me enseñó.

Siempre he sido gordito, nunca he sido atlético. Pero quisiera pensar que siempre he tratado de ayudar a todo el que lo necesite. Fallé con Antonio. Y no hubo más amistad.

Me pesa.

Hay días que me pesa más, haberle fallado a Antonio hacen más de cuarenta años atrás, que las libras que tengo demás hoy por hoy.

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