Azulqueridos…

blue fish school
yang wewe, unsplash

El mejor trabajo que he tenido será el que me asignen cuando estire la pata.

Lo sé porque soñé que había fallecido. Pero como yo no creo ni en la luz eléctrica, pues no podía pasar ni al cielo, ni al infierno, ni formar parte del nirvana. Y pues a la gente como yo, cuando mueren, les asignan tareas.

No recuerdo la causa de mi muerte. Cuando empezó el sueño ya mi cuerpo había cobrado una forma incorpórea que difícilmente registraba presencia física. O sea, podía ver mis manos, y mis piernas, y estaba vestido (de ticher y mahón). Pero cuando movía mis brazos no podía sentir la resistencia del aire. Lo cual a su vez me hacia mover mis extremidades mas lentamente de lo usual, pues no estaba acostumbrado a aquella extraña sensación de extrema libertad. Inclusive, lentamente me di cuenta de no sentir gravedad! Y supe instintivamente que si me dejaba llevar podría alzar vuelo. Empecé a planear hacer eso mismo. Pero estaba fascinado por la sensación de incorporeidad. No dejaba de mirar mis brazos. Para que rayos necesitaba brazos eniguey!?

Mientras miraba mis brazos me di cuenta de mis alrededores. No estaba en ningún lugar que reconociera. Habían edificios a mi alrededor. Yo mismo estaba en el medio de la calle. Casi llegando a la acera. Será que morí en un accidente de carro? No podía ver automóviles en mi derredor. Maybe me atropellaron. Admito que no sería mi manera favorita de morir. Aquí es donde empecé a notar que el mas allá se veía distinto a lo que esperaba. Podía ver mi cuerpo como normalmente me lo imaginaba. Pero mis alrededores los veía borrosos. Vaya, que yo me veía a mi mismo en eich di cuatro ka… pero los edificios los veía como videocaset mohoso reproducido en un VHS pleier sucio en televisor de los 1980.

Eso no era lo mas extraño. Superimpuesto sobre la mundana realidad de carretera, semáforos, edificios, y árboles veía otra cosa claramente. Era como la corriente de un rio… pero… suspendida en el aire… y mientras mas enfocaba mi vista mas corrientes podía ver… Algunas a varios pisos de alto… otras se perdían hacia adentro de la carretera… Algunas formaban rizos… Y todas se unían y se separaban entre si. Supe sin saberlo, que aquello era la corriente de los muertos. El camino hacia el destino final luego de la muerte.

Cuando trataba de acercarme a alguna de aquellas corrientes, comenzaba a distorsionarse. Se me hizo claro que para mi sería imposible «navegar» aquella corriente. Empecé a caminar, vagabundeando, mirando las corrientes. Era difícil determinar donde empezaban o cuando terminaban. Algunas subían casi hasta llegar a las nubes para luego bajar estrepitosamente como una montaña rusa hecha de agua fantasmagórica.

Supe en aquel momento que El Mas Allá tenia un problema de logística y transportación. Calculé que no habían suficientes ángeles para llevar a los piadosos a las puertas de El Cielo. Ni tampoco Satán era capaz de recolectar personalmente aquellas almas que se habían ganado las peores esquinas de Los Infiernos. Y ya, habiendo hecho uso de la razón podía ahora con mas claridad identificar que en efecto habían almas perdidas a mi alrededor.

Pero entonces, vi algo de lo mas curioso, nadando entre la corriente se acercaba un pecesito. Y detrás del susodicho venían dos almas agarradas de manos, temerosas, pero confiando por alguna razón, que el pecesito aquel les indicaba el camino a seguir. El pecesito no me pasó de largo. Sino que se acercó donde mi lo mas que le fue posible sin salirse de la corriente donde nadaba. En sus ojos noté una inteligencia que no iba con el animal. Era como si me estuviese evaluando. Después de un momento era claro que el pezcadito era incapaz de dirigirme a ningún destino. Tal como lo estaba haciendo con aquellas dos almas.

Llegaron mas peces a unirsele, curiosos. Y supe instintivamente, por sus manerismos, y por sus colores, cueal era el nombre de aquellos pecesitos… Azulqueridos.

Empezaron a hacer conferencia entre ellos. Y sin que pasara un minuto el pez me hizo una señal que entendí sin reparo…

Me volteé. Ni a dos pasos de donde me encontraba, en plena carretera e iluminado por la luz de un poste cercano me encontré un caballete con un cuadro y los utensilios básicos para pintar.

Semi-automáticamente supe que era lo que aquellos peces querían-necesitaban que yo hiciera. Mi nuevo trabajo era pintar aquellos peces nadando entre las corrientes del más allá guiando las almas hacia sus destinos finales. Así las pinturas se convertirían en señales para las almas en pena que acababan de llegar al after-life. Para que supieran dejarse llevar por la corriente y los peces.

De paso, las pinturas servirían para recopilar e ilustrar la historia de la titanica e incansable labor de los pequeños organizadores del ultramundo.

Con los años, si años, pinté miles de cuadros en distintos estilos, con distintos grados de calidad, pero que con la experiencia fueron mejorando. Cuando terminaba un cuadro invariablemente recibia la atencion de varios de los pezcaditos que los admiraban. De cuando en vez recibía, cabezasos, pescadazos?, o aletazos de los pezcaditos… pero todo aquello manifestación efusiva de cariño y agradecimiento por mi labor.

Me desperté sientiendo el aleteo de los pezcaditos en mis pies indicando que era hora de levantarme.